lunes, abril 22, 2013

Venezuela. Segunda parte

Otra repesca del blog que publique originariamente en 2007. Espero sacar pronto algo fresco del horno.



A lo largo del viaje que hicimos a  Venezuela en el 83 organizado por una agencia de viajes de esas que van de contraculturales y alternativas,  en el que se mezclaba el  turismo cutre y la supuesta aventura, un día de buena mañana nos montaron al turisteo en la furgoneta y nos fuimos a hacer de antropólogos aficionados a una aldea indígena, bien aleccionados por el guía para que no molestásemos a los pobladores, e intentando hacer fotos a escondidas a indígenas con taparrabos y deportivas, que salían de sus cabañas altivos para cambiar collares por dólares sin mirarnos a la cara, como si no existiésemos para ellos. Después de cruzar sobre el lecho de un río a través de un tronco de árbol tumbado de orilla a orilla con la misma habilidad de patos mareados, nos amontonamos todos los turistas en la furgoneta para volver al hotel.

El coche nos conducía a través de la interminable llanura venezolana y el tiempo pasaba sin encontrar un lugar donde pararse a comer. De pronto el cielo se puso negro, un relámpago lo cruzó culebreando y se oyó un enorme trueno. Cortinas de agua empezaron a caer con toda la fuerza y el coche tuvo que disminuir la marcha. El guía dio un grito de aviso, le señaló al conductor un letrero de la " Coca-Cola " con la palabra Restaurante debajo y este enfiló hacia él.
Bajo un enorme techado de paja y sustentado por pilotes de madera, con suelo de tierra batida y cercado por un murete bajo de cemento a medias derruido y a medias pintado de verde, estaba el susodicho restaurante. Apenas sin luz, en un rincón se veía un gran fogón con el hogar apagado, en el centro una mesa larga rodeada de sillas de plástico desparejadas y, en la parte trasera varias hamacas colgando de las vigas que
sustentaban el techado.


En una de ellas se balanceaba con indolencia la dueña del local. Una mujer formada por rollos de manteca superpuestos coronada por una gran sonrisa, con un cigarro en una mano y una cerveza en la otra. Bajo la hamaca muchos cascos de " Polar " vacíos y colillas tapizaban el suelo. Le preguntó el guía si podíamos comer y riéndose dijo que no había el menor problema. Nos presentó a todas las camareras, chicas muy jóvenes, con las caderas muy ceñidas por pantalones de lycra o bañadores cortitos y al gerente, un tipo grande con los brazos tatuados y aspecto mal encarado. La madama comentó que era una antigua matrona que se había jubilado en un hospital cercano y que tenía a las chicas como a sus propias hijas. Dijo que nos pusiésemos cómodos, que en breve nos darían de comer.
El agua caía sin parar, cortinas de lluvia azotaban las grandes hojas de los plataneros y nos dispusimos a esperar, curioseando por todo el lugar. Se oyó el petardeo de un motor y una renqueante furgoneta conducida por el gerente se perdió en medio de la lluvia.




Pasaba el tiempo y seguíamos  sin comer. Las chicas encendieron fuego en el fogón, abanicando las ascuas entre risas y miradas disimuladas hacia nosotros. Roces al pasar, contoneo de caderas, senos que parecían saltar de las blusas.
Apareció de nuevo la furgoneta, bajó el gerente con unas bolsas y se pusieron todas muy atareadas a preparar la comida. Las llamas iluminaron un rincón del local, casi a oscuras hasta ese momento. Sobre las cinco de la tarde nos mandaron sentar a la larga mesa. Platos y vasos de plástico, cada uno de su padre, con cucharas o tenedores pertenecientes a diez cuberterías distintas.
Nos sirvieron la comida entre risas y meneo de culo. Pasta cocida con salsa de tomate, acompañada a unos de un pequeño filete de pollo, a otros de vacuno o parte de sobras de un guiso de carne. Cerveza para todos, esa sí que había en abundancia.
Un café de puchero después de comer, la música de la radio a todo trapo y una sobremesa agradable. Pagamos lo que nos pidieron y se inició la ronda de despedidas. La dueña, muy atenta, nos besuqueó a todos y nos invitó a volver siempre que quisiésemos y dijo que la próxima vez todo estaría mejor. " Perdonen que les hayamos atendido tan pobremente, pero reciente hemos inaugurado hoy el restaurancito ".
Mientras nos íbamos, ya de noche, empezaron a llegar coches de los que salían hombres solos, imagino que para ver si les daban la cena.....

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Lindo.
Me encanta leerte.

xaby dijo...

eso es un local multiservicio, también podrías haber hecho una revisión médica completa a los trabajadores/as