martes, enero 09, 2007

" El mandarín ciego "


Carlos nota como el sudor moja el cuello de su camisa y el biceps derecho fascicula suavemente más por efecto de la tensión acumulada, que por el esfuerzo realizado. Afloja la corbata de seda que nota tensa entre sus manos, la alisa suavemente y la guarda en el bolsillo de la chaqueta. Del otro bolsillo saca un par de guantes finos de piel. Se los calza con sumo cuidado, ajustando dedo a dedo. Suspira muy hondo y toma la petaca que lleva en el bolsillo trasero del pantalón. Toma un trago de ron seco, vuelve a hacer una respiración muy honda y se sienta en el sofa a ordenar las ideas.
Estira la pierna izquierda y nota como su pié desplaza unas gafas caidas en el suelo. Un poco más allá, como si se tratase de un perro acurrucado en la alfombra, está el cuerpo sin vida de un hombre, la melena enmarañada, los ojos desorbitados, un poco de sangre que baja de la nariz y un pegote de saliva en la comisura de los labios. Verdaderamente, fué muy fácil acabar con él, apenas opuso resistencia cuando apretó la corbata en torno a su cuello.
Hace recuento de todo lo que ha sucedido en estos últimos días. Todo comenzó cuando Adela, su secretaría, dejó un grueso sobre de papel manila sobre su escritorio, con una nota encima " Imprescindible leerlo pronto....y publicarlo cuanto antes ". Abrió el sobre y en su interior encontró un grueso manuscrito escrito con pluma estilográfica. Su título, " El mandarín ciego ". Lo ojeó por encima y lo guardó en su maletín con idea de echarle un vistazo a lo largo del fin de semana. Lo colocó en el maletero del coche y al llegar a casa de olvidó de bajarlo.
Se prepara un baño caliente con sales con el afán de relajarse pues la semana fué agotadora. Musica de Bach sonando suave, una copa de " Rueda " frío en la mano y poco a poco se afloja la tensión. Una cena ligera y se mete en la cama para recuperar fuerzas. Pero el sueño parece huir de él y una idea fija martillea su mente....el manuscrito.
Se pone algo encima, baja al garaje y recoge el maletín. Se arrellana cómodamente en el sillón de su habitación, pone de nuevo una cantata de Bach y se zambulle en el manuscrito. Al principio le cuesta un poco entender la letra, hoy día ya nadie recurre a la estilográfica mas, poco a poco, esos trazos un tanto anticuados se hacen familiares y cada página que pasa, aumenta la fascinación por el mundo que se despliega ante sus ojos. Nunca ha leido nada igual. Cada página que deja sobre la mesa aumenta el deseo por devorar la siguiente y así hasta finalizar el manuscrito. La luz se filtra tras la persiana cuando deja la última hoja sobre la mesa y, con ella, una sensación que no puede describir embarga todo su cuerpo. Se siente en posesión de algo único.
Se ducha, prepara un termo de café y comienza de nuevo con el manuscrito. La segunda lectura es todavía más excitante que la anterior y nota que una obsesión se va apoderando de él, sin saber bien de donde ha surgido. Nadie más ha de leer este libro. Es tan maravilloso, tan sobrecogedor que solo lo quiere para él, como ese millonario que gasta una fortuna en conseguir un cuadro robado y que solo él podra disfrutar en la intimidad de su dormitorio. Nadie más, como sea, nadie más podra disrutar de él.
Las restantes horas del fin de semana se vuelven interminables y no ve el momento de estar con Adela para interrogarla a fondo sobre el autor y comprobar si alguien más ha leido el manuscrito. Nada más llegar a su despacho el lunes la llama por el interfono, la hace sentar frente a él y comienza un interrogatorio febril. " No, el libro lo depositaron el la consergería de la Editorial ". " No, no lo ha visto nadie más que ella ". " No, no ha hablado con nadie del manuscrito, se lo quiso comentar a su amiga Elvira, pero esta tenía un mal día y no hizo caso ". " No, en serio, solo el autor, usted y yo lo hemos leido ".
Le recomienda que no hable a nadie del tema por estrategia editorial, no quiere que nadie les pise la exclusiva. Sale Adela y se queda solo en el despacho, su cabeza trabajando sin descanso.
Se suceden dos días febriles, sopesando todas las posibilidades que pasan por su cabeza. Hasta que ve todo claro y decide actuar. Le pide a Adela que prepare una cita con el autor del manuscrito antes de que termine su jornada de trabajo. A las siete de la tarde baja tras ella, se oculta con unas gafas de sol y una gabardina anodina, la sigue hasta la boca del Metro y ve que, para su fortuna, se queda en la cabecera del andén. Mira el reloj. Faltan 3 minutos para que entre un nuevo convoy. No sabe como disimular para que no lo reconozca. Oye que entra el tren en el andén y cuando esta cerca, le da un empellón y la tira a la vía.
Es tal el griterio y el desconcierto que puede evaporarse sin que nadie se dé cuenta de lo que ha hecho. Va a paso rápido por los pasillos sin mirar atrás, se desprende de la gabardinana y de las gafas, tirándolas en una papelera. Sube los ultimos peldaños de dos en dos......por fin el aire libre.
Camina despacio por el centro de Madrid. Todavía falta una hora para la cita con el autor del manuscrito. Vive en una casa antigua de la Calle Arenal. Se pone un pañuelo en la mano antes de apretar el timbre del interfono. Se da a conocer, empuja la puerta y entra en un viejo portal. Por fortuna la portería esta a oscuras. Sube hasta la tercera planta sin cruzarse con ningún vecino y se detiene ante la puerta. Oye como se mueve la mirilla y la puerta se abre suavemente. Un hombrecillo de unos setenta años, con una melena desgreñada y unas enormes gafas de carey, le tiende la mano, invitándole a entrar.
Un pasillo largo y oscuro, el roce de un gato contra su pernera y llega a un gabinete atestado de libros y de papeles por todos los rincones. Se sientan, rechaza un café y habla febrilmente del libro. Se trata de la obra de toda una vida. Treinta años puliendo palabra tras palabra, sin que nadie sepa de su novela, hasta que se siente satisfecho del resultado. Hace unos días, mete el mansucrito en un sobre y se decide a depositarlo en la única Editorial que le merece confianza.
Siguen charlando. No tiene más copias del manuscrito, apenas alguna hoja con notas que conserva en los cajones de su mesa.Carlos se levanta para desentumecer las rodillas, se quita la corbata para sentir se más comodo y se coloca tras el sillón del autor.
El desenlace es muy rápido. Apenas si hay resitencia y no se oye ningún ruido. Ve como se desmadeja a sus piés y siente que todo ha terminado.
Ahora siente que el éxito está muy cerca. Tiene unas horas por delante para rebuscar por el piso las notas que le ha comentado el autor. Otro trago de ron y se pone manos a la obra.
El gato aulla suavemente junto a la cabeza derrotada en el suelo. No encuentra más que unas cuantas hojas. Se siente satisfecho. Recorre el pasillo y sale a las escaleras. Baja despacio. La suerte sigue a su lado. No se encuentra a nadie hasta salir a la calle.
Es noche cerrada. Ahora solo falta la última parte de su plan. Cada día se aprenderá de memoria una hoja del manuscrito y si logra aprenderselo todo, lo destruirá para que nadie más goce de tal maravilla. Solo teme que cuando llegue la vejez pueda olvidar el texto. Pero ahora eso no importa. Aprieta las hojas fuertes contra su pecho, nota como baila su corazón.
Sonríe feliz....

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