sábado, diciembre 10, 2005

Bendita venganza


Nunca pasé verdadera hambre hasta que fuí interno a los Hermanos de Lasalle en Santiago. Y eso, en una persona que siempre adoró la comida como es mi caso, se podía considerar una gran desgracia. La mayoría de los días salíamos del comedor con más hambre que cuando entrábamos. Solíamos guardar el panecillo para comerlo con los cachuetes que comprábamos en una tiendecita que había al final de la Algalía. Y el banquete nos lo dábamos los domingos comprando un bocadillo de calamares fritos en "A tixola ".
El comedor de los internos era inmenso y nuestra mesa estaba al principio, muy cerca del estrado donde comía el hermano Prefecto acompañado de alguno de los profesores. Como no había comida, al menos procurábamos beber mucha agua. Ibamos a llenar las jarras en los grifos que estaban en la antesala del comedor de los frailes. Mientras las llenábamos, con una mezcla de rabia y de envidia, veíamos pasar a los camareros que llevaban unas enormes fuentes de aluminio llenas de chuletas y rodeadas de una corona de hojas de lechuga y que se perdían en el interior del comedor de los frailes.
Al cabo de los años, me encontraba haciendo mi turno de guardia como médico Interno en el Hospital cuando entró en mi consulta el capellán acompañado de otro cura. Era su hermano que estaba de visita en Burgos, se había torcido un tobillo y apenas podía caminar. Mira por donde conocía a ese fraile gordo, con la cara rubicunda y la papada aprisionada por el " babero " del hábito. Era el cocinero de mi antiguo internado. Me incliné ante él y comencé a explorarle el tobillo. Con todo mi sadismo, le clavaba el pulgar donde más daño podía hacerle, mientras giraba su pié en todas las direcciones. Cuando lo oía quejarse, decía para mis adentros: fastídiate, esto va a cambio de todas las hambres que me hicisteis pasar....

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