miércoles, agosto 07, 2013

Trío de parejas, que no pareja de trios

Alfredo se estaba enjuagando la boca ente el espejo del baño a punto de irse a dormir acompañado de la novela de Galdós que lo acompañaba las últimas noches cuando el zumbido del teléfono le hizo dar un respingo. Miró el reloj de muñeca y comprobó que era medianoche bien pasada. Escupió el agua en el lavabo y se apresuró pasillo adelante, mientras se secaba la boca con el dorso de la mano, para descolgar el aparato antes de que dejase de sonar. Una voz estridente que no reconoció en principio porque hablaba a trompicones  le llenó de sobresalto. Un suspiro hondo, seguido de una pausa prolongada entrecortada por sollozos le llenó todavía más si cabe de inquietud.





A  punto ya de colgar, creyendo ser víctima de una broma, oyó como esa voz se daba conocer. Era Paulina, la hermana menor de Rai, su antiguo amante y a la que ya no había vuelto a ver casi en los últimos veinte años, una vez que la relación de los dos se fue al garete por un cúmulo de idioteces que nunca quiso volver a recordar. " Le ha dado un infarto a Rai, el pobre estaba en una sauna en Torremolinos cuando de pronto se sintió mal y ya no se pudo hacer nada por él. Ya ves, genio y figura hasta el final, que hacía él a sus ochenta y dos años en ese sitio. Y eso que le habían dicho los médicos que se cuidase, que no estaba para trotes ".  Un nuevo suspiro, más hondo si cabe que el primero, le permitió a Alfredo asimilar la noticia. Tras un lloriqueo, Paulina siguió desgranando la historia. " No sé si sabes que había tenido dos anginas de pecho pero él decía que no se iba a parar por eso. Y venga tabaco y venga comilones y su botella de Maccallan en la mesilla por si dormía mal. Y esa afición por los camioneros ucranianos que le dio últimamente. Pero, bueno, se fue como quería ". Y mas suspiros  y más llanto. " Mira, mañana es el funeral en la iglesia de San Fermín a las once y me encantaría que nos pudieras acompañar. He intentado locarizar a todos los que fuistes sus amigos, pero ya sabes que siempre has sido el primero para mi ".



Alfredo no intentó acostarse porque sabía que esa noche le sería imposible conciliar el sueño. Al menos de momento. Abrió el balcón de su dormitorio y el intenso aroma dulzón del galán de noche plantado en el jardín lo envolvió. El cielo estaba encapotado por lo que no pudo ver las estrellas, como hubiese deseado y la luna pugnaba por hacerse ver entre el algodón grisáceo de las nubes. Un montón de recuerdos lo asaltaron, buenos todos ellos, como si un filtro invisible borrase los malos momentos compartidos, para evocar solo aquellos divertidos que compartieron durante su vida en común. Diecisiete años, tres meses y once días compartidos, desde la primera vez que se vieron a la salida de un cine de arte y ensayo a principios de los setenta. Todavía envueltos en la magia de los diálogos de una película de Rhomer, compartieron cañas y bocatas de calamares en un bar cercano a la plaza Mayor, mientras analizaban hasta la saciedad planos y contraplanos en un intento de diluir el deseo que los ahogaba, mientras a su lado un viejo con gruesos lentes y barba desaliñada de cuatro días vendía cacahuetes, cuyas cáscaras cubrían el suelo como una alfombra crujiente.





Ya de madrugada acabaron en la buhardilla que Rai compartía con dos amigos y de donde no salieron en los tres días siguientes alternando los ratos de cama con el fumeteo de " porros " y tortillas de marihuana que cuajaban en un viejo infiernillos. Y se fueron enlazando las cosas hasta que al cabo de esos diecisiete años, tres meses y once días se fueron cada uno por su lado,tal vez porque el hastío invadía sus días, tal vez harto Alfredo de las infidelidades de Rai, pero no porque ligase, sino por buscar cada vez amantes más jóvenes .
Compartieron sus últimas vacaciones en Santiago de Cuba donde fueron a pasar una quincena de playa y turisteo. Un atardecer, después de estar un rato en " La casa de la trova " oyendo boleros y donde les sacaron un puñado de dólares a fuerza de pagar rondas de ron a todos los espectadores, se sentaron en un banco del parque Céspedes donde, nada más sentarse, apareció rondando por allí un adolescente rubiacho que cojeaba al andar. Se sentó entre los dos y comenzó a hablar con desparpajo.
Oswaldo, tal era su nombre, les contó que formaba parte del cuerpo de baile de " Tropicana " y que no había llegado a figura a causa de una polio sufrida en su más tierna infancia.  Al cabo de unos minutos,
 viendo el arrobo con el que lo mirada Rai, Oswaldo se lanzó ofreciendo volver con ellos a España como chico para todo, pues era muy dispuesto en las tareas del hogar.





Dos meses después y tras una serie interminable de broncas, Alfredfo salió de la casa que compartieron durante tanto tiempo y entró en ella Oswaldo.....y poco tiempo después llegaron su madre, dos hermanas y un sobrino. Pero eso ya no me importó porque corrió a cuenta de la cartera de Rai y este ya se había convertido en pasado para él. Alfredo cambió de ciudad, cambió de amigos y con el tiempo se fue olvidando de él aunque el contacto telefónico con Paulina, su hermana, nunca se perdió. En Navidades, o en los cumpñeaños intercambiaban llamadas y ella iba desgranando las andanzas de su hermano, al tiempo que le preguntaba por su vida.
Y ahora, al cabo de tanto tiempo, con otra llamada suya se le cayó el pasado encima a Alfredo como si fuese una losa y los recuerdos se agolparon en su cabeza pero ahora, después de tanto tiempo, el paso de los años los dulcificaron y nada le pareció amargo. Pasó la noche en un estado mezcla de placidez y añoranza y ya entraban las primeras luces del día a través de la persiana del balcón, cuando se quedó dormido en el sillón de su dormitorio.



Se despertó sobresaltado, miró la hora en el reloj y se dio cuenta de que tenía el tiempo justo para llegar al funeral. Se arregló con esmero para paliar el peso del tiempo sobre sus espaldas, porque si algo odiaba era a viejo desaseado. Bajó del taxi ante san Fermín y entró en la nave central de la iglesia. Sintió que se enceguecía por efecto de la luz de la calle y avanzó a tientas los primeros pasos. Se quitó las gafas, se frotó los ojos y ya vió mejor.  Ante el altar mayor estaba el túmulo negro con el ataúd encima rodeado de cuatro hachones.
Un taconeó nervioso le avisó que Paulina avanzaba a su encuentro. Se fundieron en un abrazo, después de tantos años sin verse, evitando fijarse en los estragos que el tiempo había hecho en ellos. Las lágrimas de Paulina, sus palabras de aprecio, lo conmovieron. " Mira, le dijo, la familia estamos en los bancos de la derecha pero a vosotros, a las parejas que tuvo Rai, os hemos reservado el primer banco de la izquierda, pero que sepas que para mi siempre has sido el primero y el único ".
Se acercó a primera fila y vió en primer lugar la sonrisa brillante de Oswaldo. Este parecía el anuncio de una lámpara de rayos UVA. Se dieron la mano y la otra persona que ocupa el banco se acercó. " Soy Pablo, no me conoces físicamente, pero he vivido con Rai hasta hace tres años".




Salió el sacerdote de la sacristía, comenzó el funeral y Rai se volvió con disimulo al oír un mosconeo tras él. Las dos filas posteriores las ocupaban antiguas aventuras de Rai, un catálogo de hombres de diversas edades que lo sonrieron más o menos al reconocer en él al primero de la saga y a los que localizó Paulina buceando en la agenda de su hermano.
Comenzó el funeral, el cura salmodiaba con un zumbido monótono y Alfredo se sumió de nuevo en los recuerdos. De pronto algo lo hizo reír. Allí, junto a los otros compañeros de Rai, le hicieron pensar en la escena de la película " Mamma mía " cuando los tres amantes de la Sreep pugnan por ser reconocidos como el padre de la criatura. Hacia el final de los oficios oyó que canturreaban tras él. Se volvió y se fijó en que  Pedrito " la percebe " y Juanlu le guiñaba el ojo con picardía mientras cantaban la el coro de las Viudas de " la corte de Faraón ":



Sé hacendosa,
primorosa,
dale gusto
siempre cariñosa.
Muévete
para que
lo que pida
dispuesto ya esté.
Cuídalo,
mímalo,
no le digas a nada
que no…







Se volvió al frente sin saber que hacer para mantener la compostura, pues él también quería seguir la melodía con ellos, pero una mirada severa desde el otro lado del pasillo desde el banco de la familia oficial, le cortó las ganas de reír. Por fortuna, el cura se calló, aparecieron los de la funeraria para sacar el féretro y Alfredo se despidió de Paulina con un abrazo, pretextando no ir al cementerio por vagos achaques propios de su edad. No se volvió para saludar a nadie más y detuvo el primer taxi que pudo.
Ya sentado en el asiento trasero y una vez dicha su dirección, creyó notar que el taxista lo miraba reiteradamente a hurtadillas a través del retrovisor. Alfredo, genio y figura hasta el final, sintió un íntimo regocijo y comenzó con el guión habitual " hola, ¿ mucho tráfico, verdad ......? "

1 comentario:

xaby dijo...

me recuerda a otras historias, pero me gusta que te hayas centrado en los sentimientos de un personaje y no tanto con el muerto. Tiene sus momentos tristes, los propios que surgen cuando hay una desilusión, pero el final es muy bueno; a pesar de la edad el protagonista sigue muy vivo.