jueves, septiembre 06, 2012

Concierto para orquesta y dos pianos con pollon y mano izquierda

Hay una gran expectación en los medios de la " movida " capitalina porque se ha corrido la voz de que para el estreno de la próxima temporada de conciertos en el Auditorio " Queen Matilda " se ha programado una obra rompedora que va a revolucionar todo lo que hasta ahora se ha visto, en este caso mejor que oido, en el ámbito de la música escrita para concertistas de piano.



 
 
Los más enterados musitan al oido de sus amigos en que va a consistir pero hasta ahora nadie tiene ni idea de lo que va a pasar el día que se enciendan las luces del proscenio y se siente el solista ante el piano, pues se ha mantenido el más riguroso de los secretos entre los organizadores. En contra de lo habitual no se ha publicado ningún programa de mano y en los grandes afiches que cubren las paredes de acceso al auditorio y en las cartelas de publicidad que se encuentran en las inmediaciones del local solo se lee una palabra escrita como si fuese un rayo zigzagueante en tono carmesí sobre un fondo negro: SORPRENDETE.
A medida que se acerca la fecha del estreno aumenta la efervescencia mediática en torno al estreno y la gente de la " divinidad " alardea de las entradas que tienen en sus manos dejándose cortejar por todos aquellos que aspiran a estar en la sala ese día. Se ha sabido a través del gran " pope " de la crítica musical Estanislao Rodobán que la pieza con la que se abre el programa ha sido encargada al compositor griego Temístocles Papastravos que suma escándalo a cada nueva obra que pone en circulación.



Todavía no se han apagado los ecos de lo sucedido hace unos meses en el Earls Court Arena de Londres cuando a los cinco minutos de iniciar el concierto benéfico para recaudar fondos de ayuda a los transexuales esquimales, se tuvo que suspender el mismo, ante la monumental bronca de los espectadores cuando el conjunto de cuerda comenzó a lanzar huevos y bombas fétidas a la sala, con el consiguiente soponcio de la duquesa de Kent- Barbie que presidía el concierto y que obligó a la toma de la sala por las fuerzas de asalto británicas para desalojar a los enfurecidos espectadores.


 
Por fin ha llegado el tan anhelado día del estreno. Desde horas antes al comienzo se congrega en torno al auditorio el acostumbrado grupo de gentes, tan numeroso en esta ocasión como si se tratase de un concierto de una estrella del rock, ansiosos de jalear y aplaudir a todo glamouroso que descienda de su vehículo al pie de la larga alfombra que como una inmensa lengua escarlata recorre desde la avenida hasta la gran arcada de acceso. Los coiffeurs y las esteticistas más buscadas por la "divinidad " se han tedido que multiplicar por tres por peinar a las bellas, afinar y embutir los cuerpos estragados por la desidia del pasado verano para que puedan entrar en esos inverosímiles trajes de fiesta dos o tres tallas menores de los que pide su volumen.



De modo escepcional las puertas se han abierto una hora antes para permitir el acceso a los espectadores vestidos con los últimos diseños de Gata Pérez de la Rata, o de Adelfo Veringo y de Luciano y Viscotte. Relumbrón de pedrería, en su mayorá falsa seguramente, ráfagas de perfumes a mil euros la onza y sonrisas deslumbrantes esculpidas por los más afamados ortodoncistas de la capital, inician el desfile de las vanidades .
El público aplaude enfervorizado viendo avanzar por la alfombra a la nobleza pinturera codeándose con la torería o las estrellas de la pornotele. Cuando aparece la duquesa de Malva acompañado de su marido, vestida como una " barbi " enloquecida y con la mandíbula más agitada que un rebaño de camellos a la hora de la comida el delirio llega a cotas inenarrables.

 
Desilusión al correrse la voz de que no acudirá nadie de la casa real pero, despues de lo sucedido en Londres y tal como tienen el patio por aqui, se les ha aconsejado que mejor se queden en palacio. Para el acceso al auditorio se han programado unas medidas de seguridad al mismo nivel que si se tratase de una cumbre de la OTAN y más de uno ha de darse la vuelta con el rabo entre las piernas al detectar la falsedad de su entrada. La gente comenta los escandalosos precios que han alcanzado en la reventa, más propias de una final de la copa de Europa que de un simple recital pero todos darían lo imposible por estar.
El hall del auditorio está lleno a rebosar, se forman corrillos de gente cada uno con su copa de champan rosa en la mano, mientras el centelleo de miradas entre ellas culebrea buscando posibles fallos en el atavío de las demás. Inmediatamente se pone en marcha el scanner para detectar quien repite modelo o si se trata de una vestido original o de una copia de modista a domicilio. Suenan los avisos y la gente se precipita en busca de su localidad.



Para aumentar la incertidumbre no se han entregado los programas de mano al llegar a la sala como es preceptivo en todo concierto que se precie y cuando los invitados los reclaman, el personal de sala contesta con la más aséptica de las sonrisas que " se repartirán en breve ". Al entrar en la sala principal del Auditorio los asistentes se sorprenden al ver como se ha alterado la distribución del escenario con todos los asientos vacíos en espera de los miembros de la orquesta pero el piano, en lugar del habitual espacio que ocupa a la izquierda del atril del director, se ha habilitado una plataforma que invade la parte central de las primeras filas del patio de butacas sobre el que esperan inertes dos pianos de cola, uno convencional y el otro pintado de purpurina dorada. Y en fondo del proscenio cuelga una inmensa pantalla plateada.
La gente se va sentado poco a poco, vuelan besos y saludos de fila a fila, los que están sentados más próximos miran con superioridad a los que ocupan las últimas filas y la batería de acomodadoras vestidas con un traje sastre rojo muy ceñido se mueven entre el público rápidamente a riesgo de caerse desde lo alto de unos inverosímiles tacones de aguja para que todos ocupen sus localidades.



Se oye la habitual voz blandengue por megafonía recomendando que se apaguen móviles y alarmas de relojes y que no se permiten fotografías, a sabiendas de que nadie hará caso. Vuelven las acomodadoras cargadas con los programas de mano y, en cuanto comienzan a distribuirlos, se va elevando un murmullo de sorpresa que asciende como una ola de la primera a la última fila.
En la primera parte se han programado dos obras ya conocidas de Bernstein pero, tras el descanso se estrenará el " Concierto para dos pianos con pollón, mano izquierda y orquesta " de Papastravos con la Orquesta Sinfónica de Trafalgar bajo la dirección de Zafin Menthe y con los solistas Elmer Spinoza y Guy Stephan. Los cuchilleos se han convertido en un auténtico caos al leer el título de la obra y el nombre de los intérpretes.


Spinoza, recuerdan los melómanos de pro, sufrió un accidente en una escalera mecánica tras un un exitoso concierto en Nueva York, perdiendo el brazo derecho. Y Stephan, mas conocido como " mister 32 " por los aficionados al pornogay, había saltado a las páginas de la prensa recientemente al haber sido detenido en un aeropuerto internacional por confundir a través del scanner su instrumento de trabajo con un arma oculta.
De modo excepcional se vuelve a reclamar silencio por la megafonía y se apagan las luces de sala. El escenario se va llenando poco a poco con los músicos que ocupan sus asientos entre tibios aplausos del público. Acomodan los atriles ante sí, comprueban si está la partitura adecuada y comienza el moscardoneo de los instrumentos al ser afinados. Nuevos aplausos indican la entrada del primer violín que ocupa su lugar al frente de la orquesta y se vuelve hacia ella para completar la afinación.



Hace su entrada Zafin Menthe precedido por los dos solistas y el público, sorprendido por lo que ve, comienza a aplaudir mientras se oye un murmullo nervioso que cubre la sala como una espesa nube. Uno de los concercistas saluda con la mano izquierda mientras agita la manga vacía de la derecha. Tras él, viene el otro concertista vaqueros muy ajustados, botos camperos y una camiseta de lycra ceñida a su pecho rota como si lo hubiesen asaltado una jauría de fans, todo él desprende pura sensualidad bruta mientras sonrie de medio lado con aspecto de lobito bueno.
El director da la mano al concertino y los solistas cruzan la pequeña pasarela hasta la plataforma donde están los pianos. Un rayo laser ilumina estos y los concercistas ocupan sus taburetes, flanqueados por los ayudantes encargados de pasar las páginas de las partituras. El de Spinoza es un jovenzuelo con aire de despiste, que no para de mover la mano bien para apartar el mechón de pelo que le cae sobre los ojos, bien para subir la montura de las gafas o aflojarse el botón superior de la camisa. La de Stephan es una mujer morena, con más curvas que la carretera de Cadaqués, una melena larga que le llega al final de las nalgas y vestida con un dos piezas de lamé con menos tela que el que se necesita para hacer el traje de fiesta a una Barbie, montada sobre unos tacones tan agudos que parecen maquetas de la torre Eiffel.



El director levanta la batuta y con la otra mano hace un gesto hacia el público para acallar el rugiente rumor que crece como una inmensa ola sin fin. Por fin se hace el silencio, el director vuelve a levantar la batuta y comienza a sonar los primeros compases, una explosión de los metales y la percusión atruenan la sala, para dar paso a un solo de arpa seguido de la música de cuerda. Pero todos esperan con expectación la entrada de los solistas. Para aumentar el efecto, sobre la pantalla comienzan a aparecer imágenes psicodélicas. De pronto Spinoza levanta el brazo izquierda y comienza a teclear de un modo endiablado iniciando un díalogo con la orquesta que se dijese un verdadero tiroteo y tras una breve pausa, sin dar tiempo apenas a que su ayudante le pase las páginas. Un muy breve reposo y la luz se centra sobre Stephan que se ha levantado y tras bajar la cremallera muestra su enorme instrumento que, con la suave ayuda de sus asitenta, está preparado para intervenir, aporreando las teclas de los graves de un modo reiterativo entreezclando las notas primarias con las del otro piano y el resto de la orquesta, sin desfallecer ni un momento. La gente no da crédito a lo que está viendo y ya nadie es capaz de apreciar la bondad de la partitura que están escuchando, elevándose un ronco rumor que va acrecentándose a medida que Stephan aporrea más que toca su piano.



La música parece tribal, el ritmo es endiablado hasta que de pronto Stephan sufre una contracción brutal y su piano se cubre de blanco. Entonces la percusión estalla con todo el poder hasta llegar a un climax enfebrecido tras el cual se produce el silencio. El director, lleno de dignidad, baja la batuta y se vuelve hacia el público esperando los primeros aplausos.

4 comentarios:

xaby dijo...

qué bien escribes tio! ME gusto tu estilo, entre cabreado, cachondo y criticón. Los detalles del público, vestimenta ... los describes muy bien. Qué imaginación! Me encanta!
Me apunto al estreno!

XabyJordi (Castellón)

cal_2 dijo...

dos entradas de platea marchando para la mas estupenda pareja de Castellon y 500 millas en derredor
Y gracias

cal_2 dijo...

procurare que no sean muy cerca para evitaros salpicaduras...en el ensayo un espectador de la fila 8 tuvo que ir a lavarse enterito

xaby dijo...

entonces iremos con chubasquero y un batido de clara de huevo para reforzar los efectos, pues el actor principal acabará agotado ;-)