martes, abril 10, 2012

Otro sueño



Ya lo he contado más veces en este blog, pero me gusta soñar y me agrada sobremanera recordar el sueño al despertarme, sobre todo cuando son amables y te dejan un sabor agridulce en el corazón. Sí, me gusta soñar, recordar los sueños....y contarlos. Sé que esto solo tiene validez para mi pero me ha producido una sensación placentera a lo largo de la mañana que me apetece compartirlo. Y como es lógico, no es cosa de pedir que tenga el menor sentido.
El de esta noche fue de esos, de los bonitos. Teníamos una reunión familiar en la casa de la abuela María pero esta no estaba. Me imagino que sería durante las fiestas del Cristo porque desde la calle llegaba la música de " las palmeraaaasssssssss " y en el comedor estábamos todos reunidos en torno a la enorme mesa. De todos recuerdo a mi madre que le tomaba el pelo a tía Geles porque le había robado unos capullos de rosa de su jardín y juntoa a ellas mis primas Mary y Gelitas trabajaban la masa para hacer empanadas. También estaba la mujer de Perucho, o eso me decían porque me sorprendía verla tan rubia y tan apocada, todo lo contrario a lo que fue en vida.



Pero el ambiente era festivo, reíamos todos, tengo presente todavía la risa de mi madre, una risa como ya no recordaba desde hacía muchos años. Y había tartas y dulces por todas partes. En el centro de la mesa una enorme fuente de rodajas de sandía dispuestas formando los radios de una rueda y bañadas en natillas.
Lo que no me explico es que hacía yo en calzoncillos en medio de todo el barullo porque se veía caer la lluvia en la calle a través de un hueco enorme que tenía la pared. Ni rastros de puerta o ventana.
Y había un cachorrillo, un perrito de color canela que decía tener catorce días y que recorría la casa en bicicleta como si fuese un cohete y que, en un descuido, se precipitó escaleras abajo hasta darse un batacazo contra el suelo del portal. Bajé corriendo por si le había pasado algo, pero el pobre solo tenía un chichón y se lamentaba diciendo que donde vivía antes estaba mejor porque le daban chorizo todos los días. No sé que me extrañó más, que hablase o que comiese chorizo a diario.
Pero como me sucede en tantos sueños, de pronto me di cuenta de que llegaba tarde al trabajo, así que salí de casa en busca del coche que, como también es habitual en los los sueños, no estaba donde esperaba encontrarlo. No hay problema. Ante nuestra antigua casa de Burgos apareció mi amigo Josechu muy sonriente balanceando en la mano las llaves de los dos coches y me llevó al garaje donde los estaban reparando. Puso un coche sobre el otro porque, me explicó, así no habría problema si fallaba uno, con el otro llegaría a tiempo. Y me largué tan tranquilo hacia el curro.
Y sonó el despertador.

1 comentario:

pequeño dijo...

Bonito sueño de mezclas