domingo, enero 22, 2012

Y MAS FRAGA


En una ocasión estuve frente a él. Bueno, nos separaba el ancho de una mesa y años luz de modo de pensar. Hace unos cuantos años se celebró un congreso de pediatría en Santiago de Compostela y la tentación era demasiado fuerte como para no intentar acudir. Fué en primavera, la verdad que no recuerdo el año como tampoco recuerdo nada de las sesiones, ponencias y demás actos científicos del congreso cosa que, por otra parte, suele ser lo habitual pues a estos actos uno va a todo menos a aprovechar el tiempo.
Lo que no puedo olvidar fué la cena de clausura. Nos recogieron a congresistas y acompañantes en docenas de autobuses y nos llevaron al lugar donde se iba a celebrar, un pazo barroco que hay cercano a Santiago. Era una maravillosa noche a finales de primavera, a pesar de lo cual todavía estaban florecidos todos los camelios y el cielo despejado estaba cuajado de estrellas, situación no muy frecuente por aquellas tierras.recidos los camelios del parque y el cielo estaba despejado, cosa no muy habitual por aquellas tierras.
Largas mesas ocupaban todos los jardines y al fondo, en el interior del pazo, se sentaba la presidencia del congreso a cuyo frente se sentaba don Manoliño. En un lugar al azar nos sentamos Alfonso y yo y pronto comenzaron a aparecer legiones de camareros con fuentes y más fuentes de las que desbordaba todo el marisco que se puede uno imaginar. FUentes con todo el marisco del mundo: cigalas, necoras, centollas, percebes y todo aquello que usted quiera imaginar, regado con albariño que, si no recuerdo mal, era de las bodegas del pazo de Fefiñanes.



En un principio, mientras tanteábamos el terreno y dado que no conocíamos a nadie de los que estaba a nuestro alrededor, le fuimos dando al diente pero pronto comenzamos a charlar con los que nos rodeaban. Alfonso se hacía pasar por peditra pues tiene una arte especial para charlar y hablaba con total desparpajo de las problemáticas de la consulta diaria, imagino que a fuerza de oirme quejar en casa. Pero lo bordaba, que si las madres son unas petardas, que si la gerencia nos machaca y todo lo demás. Vamos que hablaba de la problemática de la pediatría como si tuviese plaza en propiedad. Y mientras, dale que te pego al marisco y al vino.
Frente a nosotros se sentaba un colega de Avila acompañado de mujer y niña casadera, ambas cubiertas con una especie de poncho de punto que seguro que había tejido la madre. Esta, haciendo mil dengues y mohines, ponía cara de asco cada vez que aparecía un camarero con una nueva bandeja y decía que el olor del marisco la ponía malita, a la par que dejaba caer alabanzas de la nenita que había parido. Y mientras se quejaba, atacaba la fuente y agarraba con muchos melindres la pieza más llamativa de todas. A su lado la nena se ruborizaba cada vez que su madre le decía algo y ponía caritas de mosquita muerta y hundía la mirada en el plato. Y tras la cena, los postres y la queimada de rigor, hasta que la cabeza comenzó a llenarse de niebla.



Pasó la noche, eran las dos de la madrugada más o menos, las tripas estaban ahitas de comida y el cerebro de alcóhol cuando se me ocurrió que podía acercarme al interior del pazo porque había oido decir que en la mesa presidencial estaba Fraga, entonces presidente de la Xunta. Sin pararme a pensar, me levanté de mi sitio y dando más de un traspiés, porque mi consumo de albariño y aguardiente habían sido importantes, me acerqué a la mesa tras la cual estaba sentado él, con cara de galápago somnoliento. Al verme acercar a él, la cara de sorpresa de algunos compañeros de Burgos que estaban en las mesas próximas a la presidencia fué muy divertida.
Nadie me detuvo, así que pude plantarme ante él y sacarlo de su adormecimiento. Le saludé y me dí a conocer, le conté que era nieto de Nicolás Varela y que por mi padre sabía que mi abuelo y su padre de don Manoliño habían sido amigos y compañeros de fatigas en la emigración, pues ambos hicieron fortuna en Cuba. Se le alegró el semblante y dijo recordar a mi abuelo, que era buena persona aunque un poco rojo y yo supe nada más que decir. Así que me despedí y volví a mi asiento seguido por mirada estupefacta de los compañeros.
Y así acabó el congreso.

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