lunes, junio 14, 2010

Manu


Un rayo de luz se cuela por el hueco de la persiana desde donde baja en oblícuo hasta la cama de Manu. Este extiende una mano hacia la luz y hace que las partículas de polvo que están en suspensión en el aire revoloteen como un enjambre de abejas microscópicas. Manu se ha despertado más temprano de lo habitual con la sensación de haber dormido mucho tiempo y desde la quietud de la cama agudiza los sentidos para captar mejor todos los ruidos que indican que la casa comienza a vivir otro día. Desde el jardín llega el zureo monótono de las tórtolas entremezclado con el griterio de los estorninos reunidos en cónclave en la copa de la palmera que contigua al estanque, mientras un coro de ranas pone su contrapunto a los pájaros. En la planta baja de casa se escuchan ruidos que indican que todo se pone en marcha. La voz lejana de su madre, el borboteo de las cañerias, una cisterna que se está descargando, el ruido de tazas y platos en la cocina y el olor a pan tostado y café recién hecho que se cuela bajo la puerta de su habitación llegan hasta la cama.
Manu está cansado de la postura de la noche y, afianzando los codos en el colchón, intenta ahuecar su espalda para acomodar su cuerpo. Le da la vuelta a la almohada que conserva el calor de la noche y, ya mejor, aprovecha el rato que falta para que su madre aparezca por la puerta, para pensar en sus cosas. Hoy al despertarse el primer pensamiento que le vino a la cabeza es que no hay colegio y asi podrá más tiempoes haraganeando en la cama. Se amodorra un poco dejándose llevar por ese estado de duermevela tan agradable mientras piensa en los planes que puede llevar a cabo aprovechando que es un día de fiesta.
Tal vez podía jugar al futbol con sus amigos y entrenar un rato. El monitor de deportes del colegio le ha dicho que cada vez juega mejor como defensa y que cuenta con él para el equipo del instituto en cuanto mejore un poco su forma física. No sabe si ponerse el equipamiento del Madrid o el del Barça pues los dos están en el perchero del rincón. Aunque tampoco estaría mal ponerse el uniforme de la selección, porque ese no lo tiene nadie más que su amigo Paco. Manu adora el futbol y su mayor diversiónen es pintar una y otra vez estadios de futbol, procurando no dejarse ningún detalle en el olvido. Pinta uno a uno los 22 jugadores con sus uniformes respectivos, todo el equipo arbitral, las mallas de las porterias y no se olvida de pintar las de los aficionados que miran el partido desde las bandas, procurando que ninguna cara sea igual a la de al lado.
Aunque tampoco estaría mal continuar escribiendo su novela. Reconoce que ahora está un poco atascado con ella pues no sabe que hacer con el protagonista, duda si dejar que siga siendo un Ranger de Texas o covertirlo en un trampero que caza en los bosques del Canadá. Y además está el tema de la chica, hay que reconocer que las chicas son unas petardas y no sabe muy buen que hacer con ella. A lo mejor cambia el personaje de ella y la convierte en un vaquero que se hace amigo inseparable del chico. Y muchos tiros y mucho peligro, luchas con los indios, un oso que ataca por sorpresa.
No. Ya está decidido. Hoy lo mejor que puede hacer es salir en bici con su padre y pedalear los dos hasta la playa, llevando las cañas de pescar. Un buen chapuzón en el mar, tirarse contra las olas que rompen con su encaje de espuma y, cuando esté muy cansado y su padre se haya desgañitado pidiéndole que regrese a la orilla, subir los dos por la arena jugando a las peleas hasta el chiringuito y tomarse una coca cola con unas patatas fritas mientras su padre bebe un par de cañas de cerveza bien frías dejando que la espuma se seque sobre su bigote. Y al atardecer volver a la orilla y plantar las cañas en la arena esperando pescar alguna pieza con la que presumir ante su hermana María, ya de vuelta a casa.
Manu voz oye la voz de su madre que se acerca por el pasillo diciéndole a la perra que se esté quieta. Abre la puerta del dormitorio y una tromba se abalanza sobre el niño. La perra con el hocico lleno de barro, lame a Manu mientras lanza ladridos entrecortados de alegría y en su idioma le cuenta las correrías de esta mañana, la serpiente con la que se cruzó por el monte mientras dormitaba al sol o el nido de gorriones que encontró en lo alto del pino. Manu consigue aplacarla y la perra se acopla a su costado, presentando la panza para que se la rasque.
Mientras su madre, levanta la persiana y entra la luz del día en el dormitorio. Manu tiene que cerrar los ojos, cegado por el sol que inunda el cuarto. Su madre se acerca a la cama, le da un beso en la mejillas y le pregunta como ha dormido. Retira el edredón y extiende una toalla sobre la cama. Le quita el pantalón de pijama, después el pañal de celulosa y lo lava con ayuda de una esponja. Lo seca con mimo, vuelve a poner un pañal nuevo y después el pijama.
Manu se apoya sobre los codos, echa los brazos al cuello de su madre y esta levanta el cuerpo del niño como si fuese una pluma, sus piernas bailando sin tino como si fuesen las de un polichinela y lo deposita con cuidado sobre la silla de ruedas. Cubre sus piernas con una vieja manta de cuadros escoceses mientras le pregunta que quiere desayunar. Lo acerca hasta la mesa donde está el ordenador y mientras este arranca, Manu coge las pinturas y retoca el campo de futbol que dejó anoche a medio hacer.

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