sábado, abril 17, 2010

La fotografa del Gran Palace


Ana se siente muy cansada, harta de intentar ordenar lo que no tiene remedio, de no poder organizar las cosas de casa que siempre están siempre manga por hombro; así como su relación con él, que ya es un auténtico desastre, a pesar de que ambos intentan adoptar un aire de que todo puede volver a funcionar. Abre el ventanal del dormitorio para que entre el aire fresco de la mañana y a lo lejos ve un pedacito de mar entre dos bloques de apartamentos. Cubre la cama con el edredón y alisa con las manos las montañitas que forman las plumas apelotonadas, sabiendo que no conseguirá que tenga un aspecto aseado por más que lo intente.
Pero no tiene ganas de intentarlo más. Recoge los calzoncillos y los calcetines que están tirados de cualquier forma sobre la alfombra del lado en el que duerme él y no puede evitar un estremiciento de asco cuando nota el contacto de las prendas sudadas. Las deja en el cesto de la ropa sucia que está tras la puerta del baño y continúa recogiendo. El albornoz de él, que está tirado de cualquier manera sobre el bidé, lo coloca en su percha y con la toalla húmeda abandonada sobre el radiador recoge los restos de jabón mezclados con pelos del afeitado en el reborde del lavabo, con cuidado de no tocarlos. Abre el grifo y deja correr el agua libremente como si quisiese que arrastrase todo recuerdo de él con el chorro que se pierde por el desague.
En la cocina él está sentado ante la mesa de la cocina, su bulto oculto tras la muralla del periódico. Cuando oye entrar a Ana, asoma su cara por encima del papel y dice que para cuando es el desayuno, bostezando con todas sus fuerzas. Ana reprime sus deseos de cruzarle la cara y abre la puerta de la nevera, saca la leche para ponerla a calentar en el microondas. Enciende la cafetera, prepara las tostadas y va colocando todo sobre la mesa. El dobla el periódico y lo deja a su lado.
Los dos van engullendo el desayuno sin pronunciar una palabra. Solo se escucha el repiqueteo de las cucharillas en las tazas y el ruido sordo de la radio que ha quedado encendida en el dormitorio.
Ana rompe el silencio para decirle a él que hay que solucionar esta situación, que la vida en común no tiene sentido y que es mejor que vaya cada uno por su lado antes de que lo único que hagan sea destrozarse por completo, que ya no puede más, harta de sus promesas de que las cosas volverían a ser como antes, cansada de saber que él solo es feliz fuera de casa, cada día con una amiga distinta.
Ana se calla, consciente de que habla al vacío, pero tras unos segundos de silencio, él la sorprende diciendo que sí, que tiene razón y que su comportamiento ha sido desastroso los últimos meses, pero que nunca ha querido hacerle daño, que le dé este fin de semana de tregua para pensar como solucionarlo, que la sigue queriendo como antes y que está seguro de que sabrá resolverlo. Solo pide dos días para reflexionar, que ha pensado en irse el fin de semana solo a la casa de sus padres en el pueblo para poner orden en su vida y en sus pensamientos. Ana quiere creerlo, desea que por una vez él no vuelva a embaucarla y dice que de acuerdo, que el domingo a la noche volverán a hablar.
El se levanta visiblemente aliviado, rodea la mesa y da un beso sobre la nuca de Ana y esta le oye silbar mientras trastea en el dormitorio. Al rato sale vestido con ropa deportiva, llevando la bolsa de viaje en la mano. Llega donde Ana sigue sentada, la abraza desde atrás y le pide confianza. Esta sonríe desvahidamente y le señala donde están las llaves del coche.
Suena la puerta de la calle al cerrarse y Ana se levanta con desgana, a solas con sus pensamientos en los que el atisbo de esperanza se ve agobiado por los recuerdos de los últimos meses, todas las promesas que se rompen antes de pronunciarlas, los cuchicheos de sus amigas que le cuentan cosas sobre los ligues de él, a sabiendas de que solo producen daño, aunque quede claro repiten machaconamente, eso solo se lo cuentan por su bien....
Ana llena la bañera de agua caliente, echa sales y enciende un par de velas. Se sumerje en el agua, dejándose envolver por ella e intenta poner la mente en blanco. De pronto, siente frío y se da cuenta que se ha quedado adormilada y sale de la bañera, se envuelve en albornoz y decide que no va a quedarse sola en casa, dandole más vueltas a la cabeza. Se maquilla, abre el armario y busca la ropa para vestirse y se da cuenta de que la percha donde cuelga uno de los trajes de él esta vacía. Se encoje de hombros, acaba de arreglarse, mete sus objetos personales en el bolso y sale de casa sin rumbo fijo. Cuando va a salir, recuerda que se olvida de algo, vuelve a su dormitorio y rebusca en el cajón de la mesilla hasta encontrar lo que busca. Es una cartulina gris.
Las calles que bajan al mar están llenas de personas que caminan en busca de la playa de Poniente con todos los cachivaches necesarios para pasar el día de playa, parece mentira como van todos de cargados, parecen una reata de mula. Ana decide sentarse en una terraza porque el sol todavía no agobia y tomar un segundo desayuno ya sin el agobio de estar frente a él. Cuando se acerca la camarera con aire medio cansino, cambia de idea y pide una caña y unos calamares fritos. Se recuesta en la silla de rafia dejando que el sol resbale sobre ella, concediéndose un rato de tregua en el bullir de sus pensamientos. Reaparece la camarera y pone ante ella su consumición, reclamando con voz de enfado, el pago.
Los calamares saben a aceite mil veces refrito pero la cerveza está helada y Ana da un primer sorbo con ansia.
" Hola, cuanto me alegro de verte ". Ante Ana está su amiga Rocío, que arrastrando una silla, se sienta a su lado. " Me viene Dios a verte contigo, la jodida de Maribel se ha largado con un tío y me ha dejado colgada esta noche. Seguro que tu puedes echarme una mano con el trabajo, ya sabes que es fácil y no nos pagan mal ". Maribel llama a la camarera y se acomoda junto a su amiga. Tras un breve forcejeo, Ana accede pues el dinero nunca viene mal y podrá estar más distraida.
El resto del día pasa rápido. Dan un paseo por el malecón riéndose de los turistas que se pelean por un espacio donde colocar la toalla o que se van cociendo poco a poco bajo el sol que ya calienta justiciero, pareciéndose cada vez más la playa a un cocedero de mariscos en navidad. Comen en un Mac Donald, que le den por saco a la dieta dicen riendo las dos amigas y deciden rematar el tiempo probándose ropa en las boutiques de la playa.
Al final de la tarde llegan las dos a un edificio en las afueras. Las luces de neon que lo coronan producn la ilusión de que todavía es. Entran por una puerta lateral, sorteando a los chicos y chicas jovenes que llegan al mismo tiempo y que parecen una ruidosa bandada de estorninos. Ana siente una punzada de envidia al ver todas esas bellezas. Se prueba un uniforme rojo y negro que le da Maribel y suspira con alivio al comprobar que no le quedá demasiado apretado. Un retoque ante el espejo para reparar los desperfectos del maquillaje y comprueba que no está tan mal.
Maribel le explica su tarea. Ella se encargará de hacer los fotos a los clientes antes de que comience el espectáculo y después entre las dos revelarán los negativos y harán las copias para repartirlas en el descanso. Maribel comprueba que tiene la cámara y los carretes preparados, saliendo con un repiqueteo de tacones. Ana coje una revista de cotilleo abandonada sobre un taburete para hacer tiempo hasta que regrese su amiga.
Fuera se escucha música de baile. Ana se asoma a echar un vistazo al salón. La gente cena divertida, docenas de camareros cruzan la sala haciendo prodigios equilibrios con las bandejas cargadas de platos para no chocar, luces discretas sobre las mesas confieren a las personas un aire irreal y al fondo, sobre el inmenso escenario, evolucionan los cuerpos casi perfectos de los bailarines en un equilibrio maravilloso entre la seda de su piel y el brillo de las lentejuelas. Unos haces de laser cruzan la sala, dando un aire futurista al espectáculo que se extiende ante Ana.
Mira el reloj, comprubea que ya es hora y va hacia el cuartito donde está montado el laboratorio. Aparece Maribel a la carrera y emprenden las dos un trabajo frenético para tener todo a punto. Revelan las fotos, sacan las copias y comprueban que pertenecen a las mesas correspondientes, para evitar errores. Van abriendo carpeta a carpeta con el nombre de " Casin Gran Palace " impreso en la portada y colocan las fotos dentro siguiendo el orden de las mesas. En todas se repite la misma imagen, rostros de parejas siempre sonrientes elevan la copa saludando hacia la cámara o mirándose a los ojos. Ana siente una sacudida al ver una foto, se niega a creer lo que ven sus ojos pero no le queda más remedio que aceptarlo. En el retrato está él brindando con la copa en alto, una sonrisa fátua cubriéndole todo el rostro, vuelto ligeramente hacia una chica rubia a la que abraza con el otro brazo.
Su primer impulso es rasgar la foto en dos, pero se detiene a tiempo. Respira hondo, muy hondo y coloca la foto en la carpeta. Terminan de colocar todas las fotos en su carpeta corespondiente y comprueban de que todas están en el orden adecuado para empezar a ofrecerlos a la gente que sigue divirtiéndose en la sala. Ana busca la foto de antes entre todo el montón y le pide por favor a Maribel que esa pueda entregarla ella.
Entra en la sala y en el descanso del espectáculo el escenario está oculto tras enormes cortinas plateadas, pero en la pista que está delante se amontonan las parejas que bailan un pasodoble. Pregunta a uno de los camareros donde está la mesa que busca, este se la señala y se encamina hacia ella con paso no muy seguro. Cuando llega, alarga la carpeta a la pareja y él deja de hurgar en el escote de su amiga para prestar una vaga atención a la chica uniformada que le ofrece las fotos. Abre la carpeta y le enseña riendo la foto a su pareja.
Echando la mano al bolsillo, le pregunta a la chica de rojo que está ante él y a la que no ha dirijido ni una mirada, cuanto vale. Ella, con voz muy clara responde:
" Nada, es regalo de la casa, señor ". Al reconocer la voz, él abre los ojos como platos y se fija en ella, mientras la sonrisa se borra de su cara como si una esponja hubiese pasado por ella.
" Si señor, es un regalo de la casa. Y no pierda esa tarjeta de visita gris. La necesitará ". Ana esboza una mueca burlona que oculta su congoja y se aleja entre las mesas, mientras él lee la tarjeta:

BUFETE MARQUINA Y ASOCIADOS.
ABOGADOS MATRIMONIALISTAS.
SU DIVORCIO DESDE 700 EUROS

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