LAS DOS NARANJAS

Al poco tiempo de llegar a vivir en la nueva casa plantamos un naranjo en el jardín de abajo. Bueno, para ser sinceros, lo plantó Ramón, una maravilla de hombre gracias al cual tenemos el jardín que es una bendición. Este año el arbolillo ha dado su primer fruto, dos naranjas, las primeras que cosechamos desde que estamos viviendo aqui, en el Levante. Los otros árboles del jardín tambien han dado su cosecha: la brevera se portó como una campeona, el mandarino está ahora en ello aunque sus frutos son más grandes que sabrosos, el limonero lunar no para en todo el año de parir limones, las olivas ya están aliñadas en la despensa, una vez más gracias a la buena mano de Ramón y hasta el gingolero se llenó de gingoles, todos ellos nos han dado sus frutos conforme era el tiempo. La diferencia es que estos árboles ya estaban en casa cuando nosotros llegamos mientras que el naranjo lo plantamos nosotros. Apenas un palitroque de un metro de alto que sostiene con orgullo su fruto, dos naranjas que han ido cambiando de color del verde intenso al naranja fuerte a medida que se empapan del sol y de la luz. Cuando paso a su lado por las mañanas camino del trabajo me fijo a ver si están más maduras que la tarde anterior y a mi regreso me acerco de nuevo a saludarlas, es una delicia olerlas. Están ya en sazón pero me da pena arrancarlas, aunque ese sea su destino.
Lo que está claro es que a medida que el naranjo va creciendo y ahondando sus raices, con él nosotros tambien vamos hundiendo las nuestras en esta tierra de la que ya nos consideramos una parte. Como dice el refrán, uno no es de donde nace, sino de donde pace. También sé que no lo veremos hacer viejo pero mientras disfrutaremos de las frutas que nos regale cada invierno. Y otros seguirán disfrutándolo despues y tal vez cuando le claven el diente a una nueva naranja se acuerden con afecto de quienes plantaron el árbol.