sábado, noviembre 14, 2009

El condesito rumano


En la residencia de estudiantes del barrio de Salamanca reina el alborozo por el aluvión de nuevos adeptos que han llegado en los últimos meses. Todo fue a raiz de la aparición por el lujoso piso que la Obra posee en la calle Maria de Molina de un joven conde balcánico que llegó rodeado de un halo de misterio y tras el cual ha habido un goteo de nuevos asociados, todos ellos pertenecientes a las mejores familias como es deseable de acuerdo al ideario de la casa.
Vladimiro apareció por el piso un anochecer del pasado invierno acompañado de Fede de la Mota que, como todo el mundo sabe, es el heredero de una de las mejores familias de Guadalajara con fincas extensas como media provincia y tantas ovejas como estrellas hay en el cielo la noche de san Lorenzo. El pobre Fede siempre fue muy voluntarioso pero poco eficaz y hasta ahora no había conseguido atraer a nadie interesante al círculo de la Obra, a pesar de que llevaba tres años largos integrado en ella. Por eso ahora su euforia era mayor pues lo acompañaba una verdadera perla, un aristócrata rumano que estaba de viaje por España y que enamoraba a primera vista.
El aire lánguido de Vladimiro, su pelo intensamente negro que contrasta con la palidez de sus rostro de rasgos finos donde destaca como un brochazo la silueta de unos carnosos labios intensamente rojos y las ojeras que hacen destacar todavía más las brasas que anidan en su ojos, el fulgor de sus colmillos cuando sonríe, todo eso provoca el inmediato deseo de rendirse ante él.El aire lánguido de Vladimiro, su pelo intensamente negro que contrasta con la palidez de sus rostro de rasgos finos donde destaca como un brochazo la silueta de unos carnosos labios intensamente rojos y las ojeras que hacen destacar todavía más las brasas que anidan en su ojos, el fulgor de sus colmillos cuando sonríe, todo eso provoca el inmediato deseo de rendirse ante él. Sus manos largas y elegantes transmiten una corriente helada cuando se posan en el hombro de su interlocutor, el mismo aire gélido que parece rodear su persona cuando camina por los pasillos de la residencia.
Dice estudiar derecho pero nunca sale de su habitación hasta que llega la noche y si lo hace antes procura cerrar bien todas las contraventanas ocultando sus ojos tras su fina bufanda de seda gris. Las mujeres que atienden a los estudiantes se quejan de que su cuarto no deja ventilarlo jamás y que ha retirado la cama a un extremo, ocupando su hueco con un magnífico ataud de roble ricamente tallado, pero él se justifica diciendo que los Padres de la Iglesia dormían de ese modo para recordar que somos seres mortales. Pero aparte de esa manía y de que exige que no usen ajo en sus comidas, Vladimiro es alguien encantador que, nadie xe explica como, hechiza a cada persona que se acerca a sus dominios.
Ahora las charlas edificantes de los viernes a la noche se han convertido en un hervidero de gente, todos ellos jóvenes pertenecientes a lo más florido de la sociedad. Condesitos, hijos de banqueros o de constructores, estudiantes superdotados, todos solicitan su ingreso en la Obra seducidos por Vladimiro.
Aunque en todos los colectivos siempre hay envidiosos y alguno de los residentes comenta con envidia que recurre a métodos extraños para conseguir seguidores, que es extraño que todos los nuevos lleven el cuello abrigado por bufandas que no se quitan ni cuando hace más calor y que tienen un aire lánguido, con una palidez extrema, como si no llegase la sangre a sus rostros.
Han llegado anónimos a la Casa central de la Obra en Roma y las cabezas dirigentes han enviado a un monseñor experto en prácticas satánicas que investigue los rumores que circulan sobre la residencia de Maria de Molina. Cuando Monseñor Crespi se sincera con el director de la residencia sobre el motivo de su viaje, este se llena de pánico y pide consejo al padre capellán de lo que se les avecina, ahora que la casa se ha convertido en un hervidero de nuevas vocaciones.
Esa noche el director y el capellán invitan a cenar a Monseñor Crespi en " Casa Lucio " para que conozca el Madrid castizo. Huevos rotos con patatas, un buen chorizo, jamón ibérico que enamora al romano y un par de botellas de buen Rioja hacen el resto. Despues de la cena le invitan a dar un paseo hasta La Almudena para despejarse de la cena copiosa, le enseñan la basílica que ha pintado el lider de la competencia y siguen caminando plácidamente hasta el Viaducto.
Un revuelo de piernas y brazos, la sotana que se hincha como un globo, un golpe seco contra el asfalto y una enorme mancha roja. Poco despues cae planeando el sombrero del Monseñor que se posa suavemente a un lado del cuerpo caido.

1 comentario:

redondeado dijo...

ayayay, esos gases después de una comida copiosa... Y no ir a clases de paracaidismo antes de pasar por el Viaducto... Si es que van como locos.