lunes, enero 19, 2009

La mirada


Pedro cierra la puerta del desván para no oir el estruendo de la televisión que, abajo en la sala, su mujer ha puesto a todo trapo. Una vez más han discutido tras la cena, no recuerda bien cual ha sido la chispa que disparó la bronca pero desde hace un tiempo ya no hace falta ni motivo para emprender la pelea. Mientras subía de dos en los las escaleras del ático lo seguían las voces destempladas de Mónica mezcladas con los gritos de los personajillos de algún programa de debate de la tele.
Sabe que ya todo ha terminado entre los dos, que no tienen nada que hablar y que hace mucho tiempo los gritos han sustituido a las palabras. Sus reproches se clavan como dardos en la memoria. Tal vez los cincuenta años sean una frontera muy dura de atravesar y cree que es mejor que cada uno lo haga por su lado. No hay hijos que los aten, solo queda el adosado, los coches, la jodida cuenta bancaria y eso es fácil de partir, piensa él.
El ruido de la televisión trepa por el hueco de las escaleras y atraviesa la puerta, en cualquier momento un vecino de uno u otro adosado llamarán protestando o, lo que es peor, la presencia de la patrulla de la policía local hará que vuelva a reinar el silencio en el vecindario.
Se sienta delante del ordenador y se pone los cascos para oir un poco de música que acalle el jaelo. Comienzan a sonar los compases del andante maestoso de la Suite para cuerdas de Purcell y se van difuminando los chillidos de la planta baja. Pedro entra en una página tras otra fr intenet en busca de algo de evasión y de pronto le llama la atención una página personal de relatos en la que destaca un retrato con un primer plano de unos ojos inquietantes. Se queda electrizado mirándolos, hay algo misterioso en ellos, algo que lo atrae y no sabe bien que es, pero siente una enorme inquietud dentro de sí y la certeza de que ha de encontrar esos ojos, ha de hallar la persona que tiene tal fuerza en su mirada.
Lee una y otra vez los tres relatos que hay en la página en busca de una pista sobre la persona que hay detrás, pero no aportan nada personal sobre quien los ha escrito. Le duele la cabeza y apaga el ordenador. Se tumba en el sofá que hay bajo el techo abuhardillado y se cubre con la manta que está doblada en un extremo. Un día más prefiere dormir aqui que descender al infierno compartido del dormitorio.
Ya no se oye el estrépito de abajo, tal vez Mónica se aburrió de hacer ruido o alguien dió un toque de aviso. Pero solo se escucha el ladrido de algún perro de la vecindad. No logra dormirse, da vueltas y más vueltas y el recuerdo de esa mirada ocupa toda su mente, duda si es hombre o mujer el propietario de esos ojos, pero la fuerza de la mirada lo ha subyugado. Finalmente no sabe bien cuando se ha dormido y la alarma del móvil lo despierta como cada día. Baja de puntillas las escaleras para no enfrentarse de nuevo a Mónica y se viste en un santiamén intento salir de casa cuanto antes. Ya se duchará esta la tarde en el gimnasio y por un día que no se afeite, no se va a caer el mundo.
Saca el coche del garaje y enfila la calle de la urbanización, en las casas vecinas se observa actividad y aparece algún niño somnoliento que es arrastrado por su padre o su madre camino del autobús del colegio. Llega al acceso a la autovía y a duras penas consigue meter el morro de su coche en la riada de vehículos, todos los conductores miran al frente maldiciendo la jornada que se abre ante ellos. Y la mirada de anoche sigue fija en su cabeza.
Llega al aparcamiento del centro de salud y no encuentra un hueco libre donde aparcar como cada día. Al final lo deja en una zona prohibida delante del depósito de gas pero ya es la hora de empezar la consulta y va a llegar tarde. Si puede, a media mañana, intentará bajar al aparcamiento y buscar otro sitio. Atraviesa el vestíbulo sorteando las filas de personas que se entremezclan entre sí, entra en la consulta y enciende el ordenador. Mientras se pone la bata y comprueba que todo esté en orden. Comienza a nombrar a los pacientes y es tanta la tarea que la jornada se le pasa sin pensar en nada personal, ni un momento ha recordado esos ojos que lo han tenido en vilo la noche pasada.
Es muy tarde cuando ve al último paciente y duda ya que pueda comer en la cafetería que está frente al centro de salud. Se quita la bata, apaga el ordenador y sale por entre el gentío que espera al médico del turno de tarde. A la salida se encuentra con dos compañeros rezagados y los tres juntos cruzan la calle hasta " El trebol " donde todavía podrán tomar un café con un bocadillo. Como es habitual hablan del trabajo, de la mala organización de todo, de la gripe que este año ha venido especialmente guerrera y Pedro busca nuevos temas de conversación para alargar lo más posible el momento de volver a casa. Al final se despiden sus compañeros y Pedro busca algún rezagado con quien seguir un rato en el bar. No hay nadie. Se levanta, recoge la cartera y, después de pagar, cruza hacia el aparcamiento en busca del coche.
Mientras conduce de vuelta a casa en su cabeza batallan los temores a una nueva noche más con Mónica y el recuerdo de la mirada de internet, duda si los ojos son verdes o marrones, pero lo que no puede olvidar es todo lo que esconde esa mirada. A su alrededor el ruido del tráfico apenas si logra apartarlo de sus pensamientos. Da un frenazao en seco pues casi se salta un semáforo en rojo.
Que fastidio, piensa. ya están aqui estos malditos extranjeros para limpiar los cristales. Baja la mirada hacia el volante y pone cara de fastidio, rechazando con las manos que pongan jabon en el crsital del coche. Un golpe en la ventanilla de su lado hace que levante la vista con malestar y cuando va a decir de modo destemplado que no, ve ante él los ojos de anoche. Es la misma mirada, la misma expresión que lo ha tenido en vilo desde anoche. Pero es imposible, esta mujer no puede tener internet, con ese aspecto tan desastrado duda que sepa leer.
Deja embobado que ponga jabón en su parabrisas y la mira mientras pasa la esponja para limpiarlo. Es joven, apenas una niña, pero su ropa raida y los pelos caidos sobre la cara apenas dejan que vea algo más.
Un claxon desaforado lo vuelve a la realidad. Se da cuenta de que el semáforo está verde y los de atrás empujan para seguir. Baja la ventanilla, deja unas monedas en la mano sucia de la chica y arranca, volviendo su cabeza para retener la imagen que se pierde a sus espaldas. Se olvida que había quedado con su amigo Andrés para jugar una partida de paddel en el gimnasio y reemprende la vuelta a casa como si fuese en una nube y ya no percibe el caos del tráfico que lo rodea.
Entra en casa y deja la cartera en el suelo. Cuando está colgando el abrigo en el perchero oye la voz de Mónica confundida con el ruido de la televisión. " Ya puedes hacerte la cena, que a mi ya se me terminó el hacer de criada ". No contesta nada y sube al dormitorio sin pasar por la sala mientras lo persigue el rosario de quejas. Pasa al cuarto de baño y echa el pestillo para evitar que pueda entrar Mónica. Deja la ropa en un montón y se da una ducha con el agua hirviendo para borrar todo rastro de la casa, de ella.
No hay peligro. Mónica sigue delante de la televisión. Abre la cómoda y el armario. Baja una maleta y la llena con toda la ropa que puede meter en ella. Vuelve al baño, en busca del neceser. Cierra con cuidado los cajones de la cómoda y la puerta del armario. Se pone delante del espejo ycomprueba que tiene buen aspecto. Lanza un saludoo a su imagen y comprueba en la cartera si tiene todas las tarjetas de crédito. Vaya, se le olvida el pasaporte. Lo encuentra en la mesilla de noche y lo mete en un bolsillo de la chaqueta.
Cierra el dormitorio y baja las escaleras despacio. Abre la puerta del garaje y mete dentro del coche la maleta, el ordenador portatil y su maletín de trabajo. Vuelve al vestíbulo para recoger el abrigo y deja sus llaves en la mesa de la entrada. Cuando se da la vuelta para salir aparece Mónica con cara de enfado. No escucha sus preguntas, cierra la puerta del coche y sale a la calle. Cuando se aleja ve como Mónica lo sigue corriendo por mitad de la calzada. Acelera y la pierde de vista.
No sabe cuantos semáforos tiene la ciudad, pero sabe que los recorrerá todos hasta encontrarla. No tiene prisa para comenzar la segunda etapa de su vida.

4 comentarios:

relatosweb dijo...

Hace ya un par de años pinté a la niña afgana del National Geographic cuya mirada ha cautivado a más de uno. En su momento también comencé, sin terminar, una breve historia...pero 'amigo' creo que después de haber leído ESTA MARAVILLA ha llegado el momento de dar un giro a esa historia pendiente y terminarla en 23 líneas, arial, tamaño 12

un saludo y buena semana

cal_2 dijo...

como te puedes imaginar, ha sido el retrato de esa mirada que figura en tu blog, el que me ha empujado a escribir este relato. Asi que, gracias amigo y espero tu historia pendiente.

Anónimo dijo...

describes con crueldad la verdad de la vida que se convierte cuando se llegan a esos extremos

Anónimo dijo...

a se me habia olvidado que ojazos tienes