lunes, enero 28, 2008

Las tres de la tarde




Para Raul, que me ha regalado la idea, con gratitud


Es la hora de la siesta y la modorra golpea todas las cabezas y la mayoría de mis compañeros pelean por mantener los ojos abiertos disimulando apenas un mínimo de atención. Es la clase de química y las contraventanas están entornadas en un vano intento de evitar que el sol de mayo se cuele en el aula. Viejos pupitres, sillas desvencijadas que crujen bajo el peso de los culos inquietos de los alumnos que no saben como mantenerse despiertos.
Pero yo no quito ojo a Don Gonzalo que sube y baja a lo largo de los dos pasillos que dejan entre sí las filas de pupitres. Y pelea inutilmente porque entendamos que es un isótopo o que nos aprendamos los símbolos de los metales raros. Moreno, con el pelo rizo y despeinado, con aspecto algo abandonado, grandes ojeras moradas sombreando sus ojos, con el nudo de la corbata aflojado y el faldón de la camisa a medias fuera de sus pantalones, sigue caminando arriba y abajo, mientras se toca continuamente la bragueta y desgrana su lección de modo cansino.
Lo que yo ignoro es que a pesar de su aire de desgana, él no me quita ojo de encima y cuando pasa a mi lado deja deslizar su mirada sobre mi cara y mi pecho, me rebasa fijándose en mi cabeza y mi cuello y cuando lo tengo a mis espaldas, el aprovecha para contemplarme libremente, sin que yo me dé cuenta. No sabe muy bien lo que le sucede y prefiere no pensar en ello, pero en cada vuelta que da a lo largo del pasillo,se ve obligado a contemplarme con el mayor disimulo.
Sigue caminando arriba y abajo, de vez en cuando se para delante de la pizarra, borra las fórmulas con energía y una nube de tiza en polvo lo aureola, haciendo que parezca un dios a mis ojos. Continúa su caminar con la mano derecha que va de sus rizos a su bragueta.
Suena la campana anunciando el fin de la clase, se produce un rumor a lo largo de los pupitres y todos los cuerpos se desperezan. Don Gonzalo coge su carpeta de encima de la mesa, lanza un " hasta el miércoles " y desaparece. Entra el Padre Gallo, el de filosofía y ahora soy yo quien se desliza hacia el más profundo de los letargos. El " papá Coq " se sienta en su estrado y comienza a desganar las teorías de los peripatéticos y no consigo superar la primera andanada, mis párpados pesan como el granito de los claustros y detrás, en el fondo de mis ojos, solo perdura la imagen del dios moreno coronado por una nube de tiza. Mientras, las únicas activas en el aula, las moscas zumban sobre la cabeza del fraile.

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