sábado, enero 12, 2008

BUSCANDO NOVIA


Cuando decidí romper con la tiranía del Opus sentí una sensación de libertad enorme, como si hubiese sacado la cabeza de un pozo y el hablar con las compañeras en los pasillos de la Facultad ya no era un motivo para las sucesivas correcciones fraternas que me hacían mis antiguos correligionarios. Lo primero que necesitaba, para sentirme normal era buscar novia. Y el sitio más lógico para encontrarla era entre las compañeras de clase.
Teté era una chica encantadora, su familia también era gallega y pronto congeniamos. Rubía, con una espléndida melena rizada, ojos azules siempre reidores y regordeta como una campesina de la montaña gallega. En realidad recordaba a una dama del Renacimiento o a alguna ninfa prerrafaelita. Vivía muy cerca de mi colegio y mañana y tarde procuraba hacerme el encontradizo para acompañarla a lo largo del camino que iba a la Facultad y, si había un poco de suerte, sentarme a la misma mesa de disección que ella. Los minutos que me pasaba a pié firme en la calle mirando hacia su portal se me hacían eternos, muchas veces bajo la lluvia o rodeados de esa niebla espesa que venía del Pisuerga.
Me gustaba creer que ella cuando se asomaba al portal, miraando en derredor esperaba encontrarme. A veces se nos pegaba alguna compañera suya y yo iba rabiando por dentro, por tener que compartirla con otra.
Las tardes de invierno en la sala de disección, una habitación muy larga, con unos inmensos ventanales a lo largo de todo un lienzo de pared que dejaban pasar la luz grisácea de las tardes de invierno, con ese acre olor a formol y a carne de momia, eran el lugar que me daba la mayor felicidad pues podía estar al lado de Teté. Tenía muy reciente entonces una novela que me impresionó mucho, " Cuerpos y almas " de Van der Meerchs, que describía los ambientes de estudiantes de medicina.
Como alumnos de primero dependíamos para las prácticas de un alumno interno de tercer curso. El nuestro era Daniel," el caroteno " así llamado por ser un tío pelirrojo, con la cara redonda como un pan y llena de pecas, el pelo rizado y muy engominado y una sonrisa de fatuidad perenne en su rostro enmarcada por unas gafas de aros dorados. Todos los de primero lo odiábamos por su marcada autosuficiencia y su afán de dejar en evidencia a todos los pipiolos ante el Catedro. Era el centro de todas nuestras críticas y todo lo que hacía nos servía para ponerlo a parir. Cada tarde, camino de prácticas, íbamos desmenuzando su ultima chorrada y nos reíamos de él.
Me marché de vacaciones de Semana Santa a Galicia pero, a diferencia de las pasadas navidades, no veía el momento de de volver a clase para ver a mi adorada. El primer día del nuevo trimestre estaba como un clavo frente a su portal, esperando a que bajase. El tiempo no pasaba. De pronto veo aparecer al " Caroteno " con la carpeta bajo el brazo y una gabardina como las de Humprey Bogart, con su fatua sonrisa de siempre. Se detiene ante el portal de Teté y al instante aparece ella. Se dan un beso, la agarra del bracete y me quedo plantado, con cara de bobo, viéndolos alejarse tan felices. La muy cabrona me había traicionado durante las vacaciones, ella que tanto se reía de Daniel. Las prácticas de anatomía se convirtieron en una tortura a partir de entonces, verlos tontear como tortolitos por encima de los brazos o de las piernas que estaban sobre las mesas de marmol, chorreando formol me provocaba una rabia inmensa. Pero me duró poco tiempo el resquemor. Se acabó el curso, las cosas no me fueron bien y me tuve que pasar todo el verano intentando recuperar el tiempo perdido.
Aunque no lo recuperé y tuve que repetir curso, así que al año siguiente no volví a coincidir con la ingrata a no ser por los pasillos. No recuerdo de que modo me hice amigo de María Jesús una chica de Huesca, pequeña, morena, con pinta de ratita y con sombra de bigote como las portuguesas, que hablaba con voz nasal y que vivía en una Residencia de monjas por el paseo de los Filipinos. Pronto nos hicimos inseparables durante las clases de la mañana, ayudándonos uno al otro con los apuntes y por las tardes volvíamos a la Facultad para estudiar en la biblioteca hasta que la cerraban. Al terminar la acompañaba cada noche al colegio, eso sí, teníamos que llegar siempre antes de las nueve de la noche, porque las monjas eran muy rigurosas y a esa hora cerraban la puerta a cal y canto. Los fines de semana la iba a recoger para dar un paseo por el Campo Grande y las monjas me hacían esperarla en una sala con butacones cubiertos por pañitos de encaje y peanas llenas de santos. La monja portera, que a mi me aprecía un guardia civil travestido, no hacía más que controlarme sin ningún disimulo.
Creo que esto duró unos tres o cuatro meses y para los compañeros de clase ya éramos novios, aunque nunca habíamos hablado nada en concreto ni ella, ni yo. Las cosas no pasaban de hacernos confidencias y de algún roce más o menos intencionado.
Una noche, después de dejarla a buen resguardo en su residencia, en lugar de tomar el camino de vuelta a mi colegio, giré a la derecha y me encaminé hacia la estación del tren y fuí derecho a los wáteres donde merodeaban oros hombres como yo. He pensado después en muchas ocasiones el porqué de este hecho, porqué lo hice de pronto, pero nunca he sabido explicármelo. Imagino que a causa de un deseo soterrado al que nunca había dado salida. No sé. Pero fuí allí sin sentir miedo o remordimiento alguno y vi que aquél era el mundo que me atraía. Y a pesar de mi bagaje cristiano, de la represión de la España franquista, de los posibles lamentos de mi madre o de la opinión de la familia, me sentí feliz, en la gloria y jamás me he cuestionado porque soy dí ese paso, ni porque soy así. Solo sé que me gusta la vida. Y no tengo otra que esta. Así que la vivo feliz. Como decía una amiga: " la vida no tiene examen de septiembre, se ha de aprobar a la primera "

No hay comentarios: