martes, marzo 19, 2024

" La magnolia ", prendas finas para niño y bebé


En la planta baja de la casa de mis abuelos había un pequeño local donde se vendía ropa para niños de buena familia, prendas de marca y  buena hechura para las criaturitas de familias de bien, que no tenía nada que ver con la que se vendía en alguna de las mercerías de los alrededores. La tienda era muy pequeña, apenas seis metros por diez a la que se accedía por la puerta situada entre dos pequeños escaparates en los que se exponían las prendas más hermosas como reclamo. Ropa de cristianar, mantones de bebé, vestidos bordados con nido de abeja y vestidos de primera comunión. En el interior dos pequeños mostradores en forma de " ele " y al fondo, tras una cortinilla, se entraba a una especie de tugurio lleno de cajas, donde no cabía más que una persona encorvada y el retrete al fondo. Y reinando en medio de este espacio estaban las " tres magnolias " que se movían sin parar y sin chocar entre ellas en lugar tan reducido, más aún cuando se añadían las clientas y sus retoños.  




Ese local se lo había alquilado en tiempos inmemoriales una señora a mi abuela y ella fue la iniciadora del negocio que llevaba con ayuda de una chica muy pizpireta que, a la muerte de ella, se hizo cargo del negocio y que lo tomó como si fuese ya propiedad suya. 

Esta primera " magnolia " a la que llamaremos Carmen era, en la época en la que conocí, una mujer cuarentona ajamonada, con una fosca melena muy negra, un cuerpo lleno de curvas y unos labios pintados de un rojo intenso, una sonrisa siempre fija entre pícara e inocente que le hacía parecer la protagonista de una película neorrealista italiana. Era la jefa del negocio y todas las demás la obedecían con total sumisión y su voz cantarina era la que prevalecía en todo momento.  

La segunda " magnolia " era Eloísa, segunda en el mando del negocio pero primera en edad, muy redicha en el habla, culona y educada, con chapetas rojas en las mejillas siempre encendidas como si las untase a conciencia con colorete y pelo rubio pajizo, como de rata. De todo sabía y de todo opinaba y tan solo se callaba ante la mirada admonitoria de Carmen.

La tercera " magnolia " era Celia una mujer anodina de edad indefinida, físico desvaído, que parecía una ratita tartamuda y que no pinchaba ni cortaba en el cotarro y que estaba siempre a las órdenes de sus hermanas. Era tan poca cosa que ahora que, a pesar del paso de los años conservo la imagen de las otras dos, de ella no recuerdo más que una nebulosa.




Pero la familia no se acababa ahí. Faltaba la mayor de las hermanas, Nicolasa, que reinaba sobre el local a distancia pues era quien controlaba todo desde el domicilio familiar, como si fuera una verdadera matrona romana. Con el tiempo añadió a las tres magnolias a una hija suya, Juanita, una verdadera belleza en la flor de la edad a la que solo afeaba un bracito y una mano que apenas habían crecido remoloneando con respecto al resto del cuerpo y que asemejaban mano y brazo de bebé, defecto que procuraba siempre ocultar con un pañito para que la gente no se apiadase de ella. Pretendían que Juanita heredara el negocio, como si de una familia dinástica se tratase, para seguir haciendo dinero mientras nos pagaban un alquiler de miseria que no había modo de actualizar. 

Y completaba el grupo familiar un hermano, Joaquín, el único varón entre tantas faldas que, todos los días a las ocho de la tarde, las esperaba en los soportales de la casa frente a los que estaba la tienda para acompañarlas y protegerlas en el camino de vuelta a casa, guiándolas como si de un rebaño de pavitas se tratase. En esa casa vivía una pareja muy curiosa a la que la gente llamaba " España y Portugal ": ella, España, era un mujer imponente con un pecho que iba tres pasos por delante de su cuerpo y de la que se decía que había tenido otros dos maridos y él, Portugal, un alfeñique siempre con abrigo tanto en invierno y verano. Pero volvamos a  Joaquín que mira el reloj mientras las espera.  Grande, rubicundo con el pelo bien engominado y oculto tras unas enormes gafas de sol, ceñido con el cinturón de la gabardina parecía un miembro de la " secreta ". Pero siempre, antes de pasar a recogerlas, se daba un garbeo por los cercanos wáteres que había en los jardines frente al convento de los capuchinos. 




Como el local era tan pequeño y ellas tenían muchas existencias le pidieron el favor a mi madre de usar uno de los amplios cuartos del desván de nuestra casa como almacén y no tener que dejarlo en su casa. Y esto convirtió las escaleras de casa en un lugar de desfile continuo a lo largo del día donde se sabía quien subía según el ruido que hacía: el taconeo fuerte y gracioso de Carmen, el andar como si se deslizase de Eloísa o el traqueteo saltarín de Celia que, normalmente, era la que cargaba con las cajas más pesadas. De vez en cuando aparecía por allí Carmen acompañada de un hombretón muy moreno con aires de patriarca gitano que les compraba la ropa pasada de moda con lo que sacaban género de en medio y, de paso, unas pesetas que siempre venían bien. Después aparecía la ratita y entre ella y el gitano bajaban cajas y cajas llenas de género. 

Los viernes a la tarde mi madre me había encomendad una tarea odiosa, que era limpiar los objetos de  plata que había en casa. Con parsimonia iba colocando toda la plata en una de las escaleras que iban de nuestro piso al desván y armado de paciencia, con un trapo y un bote de " Netol " iba poco a poco limpiando y sacando brillo a la plata. Uno de esos viernes oí el taconeo fuerte de Pilar y su parloteo acompañado de un ruido de pisadas fuertes. Era el gitano que había venido a llevarse maulas. 



Me saludaron al pasar y yo seguí sacando brillo. Al cabo de un buen rato oí pisadas sigilosas, como de un gato y apareció Eloísa que, haciendo  una señal con el dedo puesto ante los labios para pedirme silencio, pasó a mi lado y siguió camino del desván. De pronto un estrépito sonó sobre mis cabeza, unos gritos agudos estallaron como truenos y apareció el gitano bajando las escaleras como un rayo mientras se entremetía la ropa y poco después una Carmen llorosa seguida de su hermana iracunda. Apareció mi madre, me metió en casa tirándome del brazo y cerró la puerta de casa de golpe. Y ya no supe más. 

 

domingo, enero 14, 2024

Aunque tarde, ahí está el cuento de Navidad

La noche es muy fría, el aire se cuela entre las rendijas de las paredes de adobe como si fuesen cuchillos de hielo, pero el Niño duerme plácidamente después de haberse saciado, la burra ronca en un rincón y se oye el cansino rumiar de la vaca. El fuego agoniza lentamente en el hogar y su halo rojizo hace brillar los regalos que han dejado los Magos. Ha sido un día muy ajetreado, primero los pastores que han llegado medio despistados sin saber muy bien lo que iban a encontrar, después el largo séquito que precedió a la majestuosa entrada de los tres Magos que demoraban su presencia en el establo y a los que no se veía el momento en que se marchasen.

María está muy cansada y se deja caer sobre una manta raída que la protege de los arañazos de la paja que cubre el piso del establo. Mira con arrobo al bulto que rebulle bajo una piel de oveja y que gorjea como un pajarillo y después busca con la mirada a su compañero que está acurrucado en un rincón.



sábado, septiembre 09, 2023

Una tarde en la Opera





La primera vez que me fijé en esta pareja fue hace unos veinte años, en un entreacto de opera en el Unter den Linden de Berlín cuando tuvimos la gran fortuna de asistir a la integral de las óperas de Wagner que dirigió Barenboim . Un pequeño revuelo de gente que rodeaba a una pareja que, con aire ausente y majestuoso, se movía por el hall del teatro, llamó mi atención. Parecía una pareja salida de un musical de la Metro o de un montaje de " La viuda alegre ". Ella sonriendo con aire majestuoso a los que le pedían permiso para hacerle una fotografía y él con un rostro impávido. Iban vestidos con elegancia trasnochada, ella con un vestido largo muy ceñido, la espalda desnuda y los hombros al aire sobre los que dejaba caer con desmayo un leve velo de tul, una pamela muy amplia y ladeada y empuñando una sombrilla que movía con elegancia al caminar. A su lado, cogido de su brazo iba su pareja con un esmoquin de chaquetilla blanca. Lo más curioso es que si ella iba conjuntada en verde ( vestido, pamela, chal, sombrilla..), él llevaba la pajarita y el fajín del mismo color, como pude comprobar en los ocasiones siguientes.  

sábado, febrero 04, 2023

A PRAIA DE ARNELA

 Para Emilio que me ha dicho que ha tenido la paciencia de leer todo mi blog.



Un día ves una imagen en internet, lleva asociada un nombre que hace que salgan a borbotones los recuerdos y, de pronto, brota una cascada de imágenes que llevan archivadas en la memoria más de sesenta años. Eso es lo que me sucedió al ver una imagen de Arnela, una playa, entonces salvaje, a la que íbamos algunas tardes para sacudir la dulce modorra en la que se deslizaban las vacaciones en Fontán, entonces poco más que una aldea, a donde nos llevaban nuestros padres a pasar el verano.


jueves, diciembre 22, 2022

HISTORIA DE NAVIDAD 2022

 

Se ha echado la noche sobre Belén, los pastores han conducido las ovejas a sus apriscos, apenas se ve una sombra huidiza por las callejuelas mientras a lo lejos se oyen los aullidos de los perros. La noche es serena y el cielo está tachonado de estrellas, aunque tal vez haga más frío del normal en esta época del año. En principio se trata de un día más, de una noche más en esta aldea palestina.

En las afueras de la población, dentro de una cabaña medio derruida, parece que hay un ajetreo fuera de lo  normal. La luz parpadeante de un haz de paja encendido, el mugido lastimero de un buey y el ruido de ir y venir de un par de personas llamarían la atención de los vecinos de no ser porque la cabaña está en los arrabales del pueblo, próxima a los terrenos baldíos que rodean a la población y donde no pasa ni dios...bueno, en realidad, Dios está allí.



De pronto llega un tropel de gente, son los pastores que han abandonado sus refugios porque un aparecido les ha dicho que acudan a ese lugar para ver un prodigio. En un rincón, sobre un haz de paja, ven a un niño envuelto en refajos de lana .De inmediato una luz cegadora barre las sombras de la noche y los ronquidos de los camellos sobresaltan a los presentes. Las voces de unos sirvientes instan a que la gente haga sitio para dar paso a sus señores, tres hombres ricamente vestidos, que se abren paso entre el asombro de los presentes y se postran ante el niño que acaba de nacer.



Hasta ahora todo transcurre sobre lo previsto. De pronto el bebé comienza a patalear mientras agita también sus manitas y, con tanto ajetreo, la manta que cubre su cuerpo desnudo se desliza a un lado y un grito de estupor sale de todas las gargantas de los presentes: es una niña. 

La algarabía desencadenada es enorme. Los criados recogen los presentes, los reyes abandonan la cabaña en un revuelo de mantos y solo los pastores se quedan, entre sobrecogidos y admirados, en un rincón. La madre mira amorosa a la niña, el padre se sonríe con disimulo al sentir vengada su hombría y arriba, sobre una viga carcomida, una paloma se ríe al ver la que ha liado con su broma.









 

sábado, septiembre 17, 2022

Las máquinas de sueños












Algo con lo que siempre he soñado, y valga la redundancia, es el modo de atrapar los sueños en los que vivimos mientras dormimos y de los que, a lo sumo,  recordamos algún vago vestigio al despertar. Muchas veces sabemos si el sueño fue alegre o triste, según el sabor de boca con el que nos despertemos bien sea a miel o a hiel. En ocasiones me he despertado con un resentimiento extremo hacía mi compañero porque hemos tenido una amarga discusión en sueños y me admira verlo dormir a mi lado tan plácido sin saber la bronca que hemos tenido en mi cabeza a lo largo de la noche. Y ese encono se va prolongando a lo largo de las primeras horas de la mañana hasta que consigo sacudirlo de encima como unas pulgas molestas que estuviesen reconcomiendo mi cabeza. Y hay que esperar a que se evapore este sentimiento y seguir la vida normal del día a día. 


lunes, marzo 07, 2022

tomar la tension

Dedicado a Vinicius Domingues por sus comentarios tan afectuosos como inmerecidos sobre mi pagina. Gracias 


Esta historia se inicia allá a principio de los setenta, cuando cursaba los primeros años de Medicina en la universidad de Valladolid.  Al volver a Galicia para pasar las vacaciones de Navidad mi madre, que por aquella época vivía en casa de su hermana, me tenia una sorpresa: no sé muy bien a costa de cuantos equilibrios económicos en aquellos años en los que se había convertido en una experta para hacer que una peseta cundiese como si fuesen tres, me había comprado un aparato para tomar la tensión, un tensiómetro Riester, pues para ella ya me veía como un médico en ejercicio, a pesar de estar en los primeros años de la carrera .